Yo soy el camino

DOMINGO V DE PASCUA.CICLO A. D. 14.05.2017. JN 14,1-12

Jn 14,1-12, Jesús nos dice: “No se angustien ante un mundo hostil. Crean en Dios y crean en mí” (v. 1). Él les habla de su partida a la casa del Padre: “Ya conocen el camino para ir donde voy” (v.4). Tomás le dice: “Señor no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino? (v.5), Jesús responde: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida: nadie va al Padre, si no es por mí” (v. 6).

Él es el camino que nos conduce al Padre. Tenemos que buscar la verdad y el sentido profundo de la vida, ante quienes niegan la verdad y no respetan la vida. Cuando Felipe le dice “muéstranos al Padre”, Jesús nos responde: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (v.9). Porque él nos  muestra el rostro misericordioso de Dios Padre, que se preocupa por la vida y la realización de sus hijos.

Para todo ser humano recorrer el camino de la vida, siempre es un desafío y nos sentimos realizados cuando hemos descubierto a Jesús, como “la piedra elegida por Dios” (1 Pe.2, 4). Así lo entendió la comunidad apostólica, buscó la diaconía, el servicio de las mesas, de la oración y la centralidad de no descuidar la Palabra de Dios (cf. Hech 6,1-7). Somos comunidad, como “las piedras vivas que participan en la construcción de ese templo espiritual” (1 Pe.2, 5) que es la Iglesia. Todos en la Iglesia somos servidores, que se organizan para ser testigos de Jesús. “Somos una raza elegida, un sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido para que proclame las maravillas del Señor” (1 Pe 2,9).

Los discípulos sienten angustia y miedo ante la partida de Jesús. También nosotros hoy, ante las amenazas o persecución. Jesús, el Maestro no nos abandona: la fe en Él, nos conduce al Padre. Si permanecemos fieles, él es fiel. Y nos da ánimo: “Les aseguro, quien cree en mí hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo voy al Padre” (v.12).

“En este momento, con incertidumbres en el corazón, nos preguntamos con Tomás: ¿Cómo vamos a saber el camino?” (Jn 14, 5). Jesús nos responde con una propuesta provocadora: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Él es el verdadero camino hacia el Padre, quien tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna (cf. Jn 3, 16). Esta es la vida eterna: “Que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y a Jesucristo tu enviado” (Jn 17, 3). La fe en Jesús como el Hijo del Padre es la puerta de entrada a la Vida. Los discípulos de Jesús confesamos nuestra fe con las palabras de Pedro: “Tus palabras dan Vida eterna” (Jn 6, 68); “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). (D.A.101)

Somos su Iglesia, la madre misericordiosa, samaritana y compasiva que conduce a sus hijos a Dios, como una madre que cuida y enseña a sus hijos el camino de la libertad y la verdad que nos hace libres. Nuestra misión profética nos lleva a estar vigilantes y atentos a las realidades humanas: saber decidir con libertad y responsabilidad. Defender la dignidad y los derechos de todo ser humano más allá de credos, raza y manera de pensar. El Dios en quien creemos está cerca, camina con nosotros y quiere la defensa de la vida. Los obispos en Aparecida nos recordaban: “como profetas de la vida, queremos insistir que en las intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los intereses de grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de vida, en perjuicio de naciones enteras y de la humanidad” (D.A. No. 471). Si Jesús es vida y ha venido para que tengamos la plenitud de la vida: amémosla, defendámosla y realicémonos como seguidores de Jesús. (Fr. Héctor Herrera, o.p.)

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